Cosas del barrio

Había pasado demasiado tiempo desde el último reportaje, pero para Smith no existía nada que le reconfortara más que el trabajo a pie de calle. La rocambolesca noticia alcanzó su mesa hacía una hora, pero, no creyéndolo, cogió el micrófono, enfundó su exiguo cuerpo en su gabardina raída y chasqueó los dedos en dirección a su cámara de confianza, Miguel, que ocupaba el último tramo de un crucigrama a la luz de un flexo. El resto de la redacción apenas notó su ausencia, sumidos en ofrecer un noticiero morboso para una ciudadanía cada vez menos impresionable.

Recalaron en Brooklyn a las ocho, con los destellos anaranjados de la última hora de la tarde rebotando en las fachadas de granate ladrillo. La furtividad de las miradas desde los pequeños negocios del barrio acosaba las pisadas de los reporteros, que encumbraban sus figuras alzando una superlativa cámara de televisión y un anti viento de pelo en lo alto. Se presentaron en el solar y contemplaron la escena, acordonada y dantesca: cuatro coches patrulla, diez agentes de policía y un par de forenses se encargaban de etiquetar los cuerpos de siete individuos, que alrededor de un vehículo, descansaban ahora sin vida en la grava del frío asfalto. Smith se aproximó al que parecía el agente más novicio de aquel lugar.

—Buenas tardes, señor agente. Somos del Sneaker Daily. ¿Qué ha sucedido aquí? —le interpeló.

—¿Veis todo esto? To-toda esta... sangre. —La mirada del agente, que apuntaba al suelo, acompañaba por momentos a un balbuceo ininteligible. —Creemos que ha sido por... ¡Eh, un momento! No tenéis permiso para estar aquí. ¡Y tú, apaga esa cámara!

—Pero, ¿qué demonios ha pasado? —vociferó Miguel mientras el agente les hacía retroceder con el brazo en alto.

—Nada. Cosas del barrio.


Ladrillos y farolas, ladrillos y farolas, así todo el rato. Odio el puto barrio. Somos pocos en el Bentley, pero estamos los que tenemos que estar. El cabrón del Jerry se ha rajao', cosa que no me extraña dado lo pussy que es. Pero al Miles lo tengo a mi izquierda concentrao' en comerse un filetón más grande que mi cabeza. Johan, también con propaganda en el buzón, de copi dándole a la de tragar sin parar y Squizoo, callao' como siempre, al volante. Saco la fusca y la reviso por última vez. Hace tela que no la uso así que es mejor asegurarse que no dé por culo como aquella vez en la licorería del puto judío. Giramos en la quinta con Liberty Avenue y aparcamos el carro en un callejón. A estas horas solo hay pakis vendiendo Gyros, putas de medio pelo de a cinco dólares la mamada y hermanos volándose la cabeza con pipas de crack. Bajamos y nos dirigimos al solar de Los Demonios. La verdad que no se ve ni un carajo. A estas horas, de tres farolas funciona una y con suerte. Johan sigue cascando sobre no sé qué hostias de NFTs.

—A lo que estamos, tuerta, que se rifa un ojo. —le digo a Johan mientras nos acercamos al solar. Me toca los cojones que cuando está con el culo apretao' hable todo el rato de chorradas. —Luego si nos pegan un taponazo no quiero lloros.

—¿Se-seguro que van a estar aquí? —pregunta Johan agitado. —Llevan una semana sin aparecer por sus pubs ni por los salones de juego, ¿no? No creéis, ¿eh?

—Más les vale. Serán panchitos... —Miles me mira mal, odia que llame así a su gente. —Pero tienen palabra. Y si dicen que lo tienen es que lo tienen.

Cruzamos el último callejón y llegamos. Las largas de un Shelby del 69 alumbran todo el solar, aunque se distinguen tres figuras. El que lleva el trallón de oro por fuera se acerca, nos mira de arriba a abajo y pone a bailar ese bigote ridículo.

—¡Eeeey, quiubo! No os esperábamos ya, creíamos que estabais trabados o calavera.

—¿Dónde está? —digo impaciente.

—Estos culicagaos tienen prisa por volar, ¿eh? —nos dice mientras busca complicidad con los idiotas de atrás. —Tranquilo, parcero, está en la nave, en el maletero.

Me acerco con él al coche y abro el maletero con suavidad. No puedo creer lo que estoy viendo. Creía que era una leyenda urbana pero no, ahí están. Joder, es imposible. Le miro al bigotes, me devuelve una sonrisa estúpida y me asiente. Vuelvo a mirar ahí abajo. Son... ¡las putas Nike Air Jordan 1 originales! Las mismas con las que Michael Jordan ganó el concurso de mates del All Star Weekend de febrero del 85.

—¿Son falsas, ¿no? ¿Eh?, lo son, ¿no? —Johan me grita muy nervioso desde el otro lado del solar. Creo verle llevándose la mano atrás. Los colombianos se agitan.

—¡Eh, eh, tranquilos todos! —Les grito. Pero es demasiado tarde.

Creo que se va a liar. ◾