El rey amarillo
No suelo beber cuando estoy trabajando, pero cinco meses en Arizona son suficientes para crear hombres sedientos con principios volátiles. Esa noche jugaban los Knicks contra los Spurs. Por algún motivo la tele tenía el volumen silenciado, y los borrachos del Lola’s parecían aullar sus penas en forma de griteríos ininteligibles. Alguien aporreaba la máquina del tocadiscos mientras John Denver nos susurraba a todos los allí presentes aquello de ¨West Virginia, mountain momma, take me home, country roads¨. Los hielos del vaso parecían ya fundirse con el Johnny Walker cuando sonó mi teléfono.
¨O vienes ya o le perdemos¨.
Hice volar la propina y salí de allí como si debiera dinero al mismísimo diablo, aunque algo me hacía pensar que iba a conocerlo en unos minutos. Me metí en mi Eldorado del 53, arranqué y salí quemando rueda en dirección al Motel Las Comedias. La noche cerrada reinaba en negro y de no ser por la Luna, llena e inmensa, los faros de mi viejo Cadillac apenas hubieran alumbrado la solitaria carretera. Ni el último Marlboro de la cajetilla consiguió calmarme los nervios. Este desierto no dejaba de encontrarse víctimas desde hacía medio año y los vecinos no parecían estar por la labor de abrir el pico. Pero teníamos algo.
Apagué las luces cien metros antes del parking, y aparqué detrás del motel, cuando Lisa me tocó la ventanilla silenciando sus labios con el índice. El neón rosado del letrero lo inundaba todo.
— Me llamó el Comadreja. Ya sabes que no es de nuestros confidentes más fiables, pero creo que haríamos bien en echar un vistazo — Lisa me susurraba con la mirada puesta en una ventana de la segunda planta. — Ha estado haciendo preguntas y cree que esta aquí. Oyó a una vecina decir algo sobre un tipo que gritaba incoherencias sobre el Rey Amarillo. Que saca grandes bolsas de plástico a altas horas de la noche.
— Claro, todos sabemos que creer en antiguas leyendas es lo ideal en estos casos — le repliqué. — El Rey Amarillo es una historia para asustar a las viejas del lugar, ya lo sabes.
— Es el número setenta y cuatro, en la segunda. — mi compañera empezó a subir las escaleras pegada a la pared. — ¿Sabes? No creo en estas cosas, solo creo en lo que veo, y creo que tengo un tope de cadáveres de adolescentes descuartizadas que puedo llegar a ver en esta vida. — dijo con mirada cansada. — Así que mueve el culo.
Desenfundé la Glock deseando no tener que usarla, subimos las escaleras y una vez arriba nos colocamos a cada lado de la puerta de la habitación. En el interior se oía una vieja reposición de The Price is Right de la NBC a todo volumen, que alumbraba el lugar con destellos de luz. Cogí carrerilla y pateé la puerta.
— ¡Policía federal, las manos donde pueda ver-...!
¡BANG, BANG, BANG!
Me giré cubriéndome con el filo de la puerta y retomé agachado la conversación por la esquina de la ventana, descargando el cargador hacia el bulto en movimiento de la habitación. Aquel cabrón nos estaba esperando y no parecía tener muchas ganas de dialogar. Las balas se cruzaron hasta que de repente, cesaron de golpe. El tipo se había encerrado dentro del baño. Aprovechamos para meternos en la habitación, Lisa detrás de la cama y yo cerca de la puerta. Bill Cullen seguía dirigiendo con normalidad su programa, preguntando a sus invitados en blanco y negro: ¨Amigos, ¿estáis preparados para descubrir lo que hay en la caja? ¨
¡BANG!
Abrí la puerta del baño con cuidado y conocí el horror. El tipo se había volado la tapa de los sesos. Había trozos de cráneo pegados en el espejo y su cuerpo desnudo descansaba en la bañera sobre enormes bolsas de plástico que parecían rebosar. Una cabra con morro de cerdo me miraba con sonrisa desafiante desde el tatuaje de su espalda, mientras un olor putrefacto lo impregnaba todo. Retrocedí y pisé sin querer el mando de la tele, que nos escupió a James Dean en Rebelde sin causa:
¨Este va a ser un día fantástico, aprovéchalo porque ...¨.
Lisa se encargó a partir de ahí. Yo ya no me sentía con fuerza para abrir aquellas bolsas.
¨… quizás mañana no vivirás¨. ◾