Ilusoria

Esas veces que exploré laberintos de ladrillo, de pasillos agónicos de luz tímida, de rejas ocasionales en paredes de asfixia y temor, tubos de claustro oscuros que desembocaban siempre, tras torpes pasos, en ciudades empedradas de vasta panorámica atejada, con escaleras amplias a iglesias y plazas bollantes de personas que hacían por conocerme con la mirada, pero que solo sospechaban de mi el protagonismo de un final incierto.

Recuerdo ciertas promesas de amores imaginados que compartían, si bien no todo el rostro, si ciertos rasgos de viejos amoríos de la vida real. Me citaban en restaurantes turísticos, en plena pendiente de centros históricos o en la llaneza vasta de extrarradios abandonados, en garitos de mala ensoñación en el peor de los casos, en la cumbre de complejas estructuras medievales en el mejor de ellos. Me hacían sentir como una nebulosa marioneta, puntual en mis acuerdos oníricos en hora y lugar, pero sin la capacidad de definirme como forma o como figura, como cabeza inconsciente en un hilo fluvial de pensamiento del que no tenía el más mínimo control ni deseo siquiera de tomarlo. Me parecía un dejarse llevar.

Y aun con esas, me liberaba en mis pasos, como aquel que sueña con volar, primero partiendo desde el núcleo de su hogar hasta el cénit distante que vislumbre la vista, bien a crol, como nos diría el sentido común, o bien con los brazos rectos, como haríamos desde el imaginario colectivo. Mi mente gozaba, al fin y al cabo, de sentirse libre en movimiento, quizá no tanto en decisión. Pero casi siempre a voluntad de ellas, cogido por sus manos, a trote zarandeado en calles desconocidas.

De tal manera acabé uno de tantos viajes, enamorado de aquella enésima mujer, de ojos nítidos y gesto difuminado, que tanto poso como amargor me dejó cuando desperté, sabiéndome que nunca la volvería a ver, y que antes de sorber mi café, de tanto pensarla, acabó por desaparecer.

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Dedicado a todas esas mujeres imaginadas de las que me enamoré y de las que no guardo el más mínimo recuerdo, pero por las que levanté ciudades enteras con mi mente, por si fueramos a vernos otra vez cuando todo sea sueño.

onirico viaje