La higuera

El coche se paró antes de la subida, en un recoveco a la sombra de un enorme roble. El sonido de los grillos inundaba el aire, y el calor apretaba sin descanso. Un camino pedregoso escoltado por moreras y pinos de hojas secas finalizaba en un portón de acero oxidado. Joan alzó la mirada y ahí estaba, la casa de verano de su familia. El sol de aquel agosto golpeaba con fuerza la vieja casa, que lucía con honores del pasado grietas en la fachada, ventanales rotos en sus esquinas y tejas desprendidas. Joan no era consciente, pero conocía cada esquina de ese lugar. Él y su hermana ayudaron a levantarla a lo largo de cuatro fatigantes veranos empujados a veces por obligación y otros movidos por la ilusión que les contagiaba su padre. A Joan ahora le parecía imposible la idea de que su padre no estuviera en aquel lugar, faenando en sus infinitos proyectos de bricolaje. Cruzó la entrada, se paró en la puerta y antes de dirigirse hacia la pequeña huerta, ahora salvaje, oyó a alguien desde detrás del portón.

—Eres el pequeño de José, ¿no? —Era Leandro, vecino de la casa contigua y amigo de la infancia del padre de Joan— Ayúdame, anda.

—Leandro, cuanto tiempo, ¿qué tal estás? —Joan se apresuró a ayudar a Leandro, que consiguió mover con dificultades el portón, apoyado en una vara de avellano.

—Cada uno tiene su vida —su mirada rehuyó el brillante cartel de “Se vende” de la entrada. —Pero es una lástima vender esto.

—Lo sé, Leandro, pero viajo bastante. —Le cogió del brazo libre para ayudarle a andar. —Mi hermana tiene a la niña y tampoco puede hacerse cargo.

—Acércame esas tijeras del suelo—le indicó a Joan mientras se dirigía hacia el patio de atrás. —A ver cómo está aquello.

Ya en el patio, Leandro, con renovada energía, empezó a quitar las impurezas de la delgaducha higuera que quedaba en la huerta.

—Esta higuera nunca ha tirado. Mira que tu padre le puso ganas, pero jamás creció más de cinco palmos.

—No recuerdo que le gustaran tanto las higueras, la verdad. —Joan se sentó en una silla de mimbre, resguardándose al frescor de la sombra —Si que tuvo una temporada que intentaba cuidarla, pero desistió al de un tiempo.

—Supongo que se cansaría. Pero a mi esta higuera siempre me recuerda a cuando éramos niños. — Leandro apenas miraba a Joan mientras hablaba, toda su energía se concentraba en las tijeras y en aquella higuera —La guerra había acabado hacia años, pero todas las familias andábamos igual.

» Seguíamos pasando mucha hambre y apenas entraba dinero. La casa de tu padre estaba cerca de una cochera de tranvías. Allí dejaban los vagones abandonados. Una vez tu padre nos retó a robar unos higos que asomaban por encima de la valla. Solo nos atrevimos él y yo. Hacía un calor del demonio, como hoy, y aquel descampado lleno de viejos vagones, cubos y cajas de madera nos hacía creer que estábamos en el Tibidabo ese que anunciaban en la radio. Nos colamos en un vagón e imaginábamos ser conductores. "Pasajeros al tren, próxima parada, la china mandarina". "Los mandos no responden, estamos bloqueados". "¡Oh, no, el tren se ha parado! ".

» Pero no te lo vas a creer: acabábamos de interrumpir la siesta de un dogo argentino de unos cien kilos que hasta entonces dormía plácidamente en los últimos asientos. Empezó a ladrarnos y a ponerse muy furioso. Imagínate el susto. Salimos corriendo como locos y conseguimos meternos en el herraje de debajo del vagón. Creíamos que nos iba a matar. Por suerte los ladridos sacaron al vigilante de la garita y se llevó al perro. Tras un tiempo prudencial, salimos de ahí debajo y llegamos a la higuera. Era enorme, con miles de ramas por todos lados, llenas de hojas e higos. Nos pasamos el resto de la tarde apostados en las ramas comiendo higos y olvidándonos del hambre que pasábamos en casa. Todos guardamos momentos felices que nos acompañan toda la vida. Ese día fue uno muy especial para tu padre.

— Apreciabas mucho a papá, ¿verdad? 
— Era un buen hombre. Y por él te digo que vamos a tirar para adelante con esta maldita higuera. Acércame la manguera y ábreme la llave de paso.

— ¡Eso está hecho!

"Estimados pasajeros, hemos conseguido reanudar el viaje. Próxima parada, el salvaje Oeste."