Susy
En aquella silenciosa madrugada, la luz de la luna caía con suavidad sobre las farolas de la avenida de Abando. Bilbao hibernaba. Susy aceleró el paso y dio la vuelta por detrás de la estación de tren, con sumo cuidado de no hacer chocar los dos botes de Montana que llevaba en la mochila. Plata y oro. Le gustaba pintar con esos colores porque de alguna manera les recordaba a las joyas de su madre. Cruzó por detrás del quiosco, evitando aparecer en el ángulo de las cámaras del centro comercial y se paró en la esquina más oscura del callejón. Después de quitarse los guantes, se calentó las manos con su aliento, se ató las Adidas con fuerza y empezó a trepar la verja. Hacía tiempo que no salía a pintar sola y el cuerpo se lo recordaba con temblores. Se descolgó de la valla con torpeza y sus pies aterrizaron en el andén número 4, justo delante de los nuevos vagones que tanta publicidad tuvieron desde la campaña del viejo alcalde Soto. Limpios y relucientes. En ese instante, recordó las palabras de Kimo: "Esos putos trenes. Los odio, pero no se me ocurre una mejor forma de pasear mi nombre por esta asquerosa ciudad". Corrió hacía ellos, bajó a las vías y sus pasos se tranquilizaron. Al otro lado de la estación, una luz intermitente salía de la garita de seguridad, acompañada de un leve sonido de anuncios de teletienda. Susy echó un último vistazo a aquella luz, sacó el bote dorado y lo agitó tímidamente. La pintura del spray parecía pedir silencio a cada trazo. "BUE". Antes de terminar la cuarta letra, sus preocupaciones se volcaron en su aliento, que parecía querer delatarla con señales de vaho. "Tranquila, Susy. ¿Quién va a querer salir de esa garita con este frío? Seguro que está sopao". La segunda sílaba llegó con inquietud. "NA". Los dedos parecían estalactitas de hielo, pero consiguieron terminar la primera palabra, a la que le siguió un "SU".
Un grito irrumpió en el andén.
— ¡Eh, mocosa! ¿Qué haces? — el guardia chocaba su extensible con los barrotes de la ventana — ¡Ven aquí!
Se encendieron unos focos delatores. Los ojos de Susy se abrieron como platos mientras observaba como el enorme guardia se acercaba a toda pastilla hacia ella. Agitó el brazo con velocidad, recogió la mochila y empezó a correr hacía el último vagón. Sintió que era demasiado tarde para intentar subir al andén y recordó que al final de las vías había unas escaleras que agilizarían la fuga. Las viejas Adidas crujían con cada pisada y los guijarros de las vías sonaban a maracas acompasando los gritos del guardia, que se acercaba cada vez más. Susy llegó al final de la estación con el corazón en la boca, y no se atrevió a darse la vuelta hasta que su sombra se fundió con la sombra del guardia. Hundió el mentón en el buff y estranguló el gorro del abrigo.
— Se-será mejor que vengas conmigo... — dijo el guardia con nítido esfuerzo en el rostro. — Te va a caer un puro que te va a quitar toda esta tontería de andar pintando por ahí. Niñata estúpida.
Susy miró a todos lados, buscando un posible hueco por el que escabullirse, pero los brazos del guardia se mantuvieron abiertos intentado abarcar todo el espacio posible. Reculó hasta chocarse con la verja y le espetó:
—¿Crees que me intimidas? — dio un paso al frente con seguridad. — Solo estoy poniendo color a esta ciudad gris.
—Todos andáis con la misma cantinela —replicó el guardia con visible hastío. —Tú y todos tus amiguitos que os creéis especiales por andar haciendo el idiota con las pinturitas. Sois gentuza.
El vigilante cogió a Susy del abrigo con violencia, que parecía un muñeco de trapo en aquellas enormes manos. Tras diez metros de zarandeo en dirección a la garita, Susy consiguió revolverse quitándose el abrigo y le lanzó una patada a la entrepierna del guardia, que cayó de rodillas con un grito de dolor. Empezó a correr hacia el final de la estación y trepó. Desde la cima de la valla, se bajó el buff y gritó a la figura que ahora empezaba a incorporarse:
— ¿Sabes? ¡La gentuza como yo tenemos algo que vosotros no tenéis! — acompañó al grito con una peineta. — ¡Hasta la próxima!
El vigilante se incorporó del todo y alzó la vista al vagón que tenía delante. La pintura aún estaba fresca. Dos palabras doradas reinaban el lateral: "BUENA SUERTE".